Luego de penar embodegado muchos años, de haber visto alguna suerte hace años en una biblioteca vecina a la delegación Miguel Hidalgo donde siempre estorbó, el Museo del escritor encontró en un promotor ideal, el artista Pedro Reyes y su proyecto Tlacuilo, para, ahora sí, materializarse en la cotidianidad de la Ciudad de México.
Proyecto de toda la vida de René Avilés Fabila, la colección de retratos, los restos del Centro Mexicano de Escritores, primeras ediciones dedicadas, correspondencia, incluso manuscritos de algunos escritores, el Museo del escritor es un cúmulo de experiencias vastas en torno a la literatura mexicana.
Ubicado, malamente, en el lobby de un edificio problemático para un museo así, en Buenavista, las oficinas generales del ISSSTE, emblemático edificio que fuera de los Ferrocarriles Nacionales, parece más un accidente en medio del clima más burocrático posible, que un acierto en el mundo museístico en la Ciudad de México.
Entre sus curiosidades -en estos sus primeros días de existencia y en las circunstancias que lo mantienen no puede ser más que un catálogo de curiosidades-, ostenta el escritorio donde Avilés Fabila trabajó años en su obra y un cúmulo de primeras ediciones, hoy libros raros de la bibliomanía, muy bien cuidadas de su literatura.
Experiencia incompleta, el museo que soñó Avilés Fabila llega a nosotros entre deficiencias e incomprensiones, nada que no se pueda ir corrigiendo sobre la marcha, nada que no pueda replantearse. Sin embargo, existe ya, y eso es otra culminación de la obra fabilesca que se agradece.
Por: Xidarto P. Legribés.
